En ruinas la belleza

En ruinas, la belleza adquiere todo su potencial. Así, las imágenes devastadoras de la guerra, de la muerte, de los cuerpos carentes ya de vida, de la sangre que fluye de vasos sanguíneos averiados… no hacen sino revelar una belleza paralizada, a la que se le ha arrebatado la posibilidad de ser, de continuar, belleza que ya no será y que sin embargo es, porque ha sido.

En ruinas camino por las afueras de lo que otrora fue un lugar de recreación de mi infancia. En ruinas, el lugar –abandonado- parece mostrar en desfile a los espíritus, hologramas de quienes alguna vez anduvieron por aquí.

En ruinas, derruida, tu ausencia viaja por el aire, allí estás tú. En ruinas.

En ruinas, contemplo tu piel macilenta y, sin embargo, inmarcesible porque expone en sus poros huellas de lo que tú fuiste viva.

En ruinas, aparecen niños hambrientos con ojos desorbitados en el televisor hipócrita que pretende mover a conmoción, ¿qué pretenderán?, ¿autorredimirse? Seguramente no. Pretenderán congraciarse con el espectador; hacer gala de una sensibilidad que no poseen –como en los teletones.

En ruinas se consuman mis ansias por volar sobre la mar. En ruinas.

En ruinas caminar por un boulevard con vista al mar que en mis ojos existe.

En ruinas, las moléculas de tu mano que se arremolinan en otro lugar que no es aquí y no mirar ya nada de su palidez mortuoria.

En ruinas la belleza que será contemplar a este mundo colapsado. Vacío de nosotros.

En ruinas la belleza es más bella todavía porque allí descansa toda su valía, en su cese.

En ruinas la belleza. La belleza en ruinas.

Los embistes neoliberales que vacían las ciudades, las bodegas, estaciones de trenes, la CONASUPO, las oficinas de telégrafos, los pueblos, las provincias, las salas de cine. ¡Cuánta belleza en ruinas deja tras de sí la construcción de un mall (debería llamarse moll)!

En ruinas veo elevarse tu luz sobre una cima, y la vida que vuelve a tomar su cauce, y las personas, y los camiones que van de la metrópoli a los suburbios, y los salones todavía iluminados de alguna escuela nocturna en donde se enseña a trabajadores.

Y me meto a la tortillería en ruinas, tan ruinosa como la señora que muy ufana degusta de su tortilla con sal.

En ruinas cuando mis ojos dejaron de mirar, puesta sobre ellos una cortina de piel que no era mía -pero miraban.

La belleza en ruinas de lo que se extingue: un modelo –ocurrencia en la realidad- de la indemostrabilidad de lo inexistente (no podría oponerme a la creación de las cosas con el lenguaje, amando –como amo- a la poesía, pero me muevo bien de la realidad a la fantasía y por eso puedo sobrellevar este escepticismo).

En ruinas este holocausto y ghetto en que te has convertido.

En ruinas nosotros todos que nos meneamos directo a una posteridad que no habrá de contenernos y, por eso, nuestra belleza está, hoy, en nuestras acciones.

Me gustaría vernos no haber perdido toda nuestra sustancia. No me importa que la paradoja del liberalismo –habiendo dado preeminencia al individuo sobre el Estado- convierta al individuo en hombre-masa. Lucho contra la persistencia de esa paradoja. 

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