La eficacia del voto nulo. Un argumento extrapolítico

Para Rebelión

Pues bueno, a dos semanas de las elecciones en México, pareciera comprobarse a posteriori la ineficacia política y extrapolítica del voto nulo. La intención de esta breve columna tiene justamente por objetivo valorar un par de argumentos técnicos —y ofrecer a su vez uno breve— sobre la viabilidad política de esta forma del voto. Es decir, no por supuesto sobre su legitimidad política —indiscutible e inalienable para quien bajo reflexiones éticas o reflexiones políticas se haya departido por anular—, sino sobre su viabilidad política entendida como eficacia, sobre la certidumbre que a la ciudadanía brinda anular si lo que se quiere es castigar realmente a la partitocracia y empoderar a la sociedad civil como más o menos arguyen sus impulsores.

Bien, resultado de esta inquietud decidí lanzarme a la búsqueda de respuestas en Internet y pude por fortuna encontrar algo de información valiosa. Encontré al menos dos argumentos a los que valdría la pena considerar si lo que buscamos es una evaluación más amplia sobre el comportamiento del voto nulo y si no nos sentimos satisfechos con lo que hasta el momento se ha dicho sobre su efectividad. Tomando entonces esos argumentos fui construyendo una sencilla argumentación y una serie de preguntas en relación a este tipo de voto con el propósito de no limitar el análisis a factores políticos. 

Lo que voy a hacer ahora es prácticamente ofrecer algunos argumentos técnicos muy simples explicando por qué en general resulta difícil determinar a priori si el voto nulo serviría a propósitos políticos o electorales definidos y por qué creer en su eficacia demandaría de nosotros: a) O de mucha fe política, b) O del conocimiento de otras de las variables involucradas en el evento electoral en cuestión, c) De un presupuesto tan alto y una campaña publicitaria tan exitosa como para inclusive garantizarnos una buena pelea frente a las costosas campañas de algunos de los partidos políticos mejor patrocinados para, así, atraer algunos de sus adeptos, d) De una tan elevada consciencia política que sin necesidad de financiamiento ni sin grandes convocatorias la ciudadanía se convencería por sí sola del poder de anular, e) Otros escenarios.

A continuación los argumentos.

ARGUMENTO 1. Este argumento parte de una brevísima columna de opinión publicada en el diario El Universal la semana pasada y fue proporcionado por uno de los miembros del Movimiento Anulista a través de su cuenta Twitter; vale mencionar que cuando se proporcionaba se advirtió al mismo tiempo cuáles serían los límites de esta modesta columna (“para alimentar debate”) y que no fue dado con la pretensión de zanjar aquí la cuestión. ¿Qué nos ofrece este análisis? Básicamente no hay ningún dato de peso en la columna que refuerce las opiniones de la expositora. Todo lo que se nos ofrece es evidencia anecdótica. Y es importante recordarlo: los ejemplos aislados no constituyen información concluyente en ningún análisis estadístico y menos en un evento aleatorio de este tipo. A veces ni el propio votante sabe con claridad por qué partido va a departirse sino hasta el momento mismo de la elección y puede incluso decidir su voto el mismo día de la jornada electoral. Hay una importante componente subjetiva en el ejercicio del voto y de allí que atribuir preferencias a los anulistas resulte ser un acto poco más que ocioso. Necesitaríamos conocer cómo se distribuyen los votos nulos entre los distintos partidos (de ser efectivamente emitidos) y esto demandaría conocer los datos de toda la elección (e inclusive datos de elecciones pasadas) a través de muestras aleatorias tomadas de la población electoral en su conjunto —y por tanto, muestras representativas—, dado que la población electoral constituye en sí un sistema social altamente heterogéneo, etcétera, y entonces, ahora sí, establecer con menor certidumbre —si es que una cosa tal es posible— si los anulistas son votantes desilusionados o ciudadanos apartidistas. En general, resulta aventurado hacer conjeturas sobre los votos anulados sin fiabilidad estadística. Por ejemplo, ¿por qué suponer que los votos ganados por los partidos pequeños son votos finalmente no anulados? O más específicamente, ¿por qué suponer que los votos anulados habrían de ser incontestablemente votos para el PRI? De antemano nadie sabe entre quiénes se repartirán. Para inferir lo que allí se infiere se necesitan más datos. La coincidencia aludida resulta ser para todo fin práctico insuficiente. Si acaso podría inferirse que en las circunscripciones de alto voto nulo citadas en el texto (y solamente en esas) hay menos simpatía por el PRI entre los votantes que por el resto de partidos. Y esos otros partidos pueden ser: PAN, PRD, PT, MORENA, PVEM, Movimiento Ciudadano o podría simplemente tratarse de una postura apartidista acendrada, no necesariamente benefactora de los partidos pequeños. 

Resulta por otro lado llamativo que se cite a Movimiento Ciudadano a favor del voto nulo cuando es evidentemente un argumento débil. Si en una entidad de bajo voto nulo Movimiento Ciudadano logró atraer el voto de los anulistas, como parece sugerir la escritora de la columna, ¿no debería más bien considerarse este hecho un triunfo de Movimiento Ciudadano que del movimiento anulista? Correlación no es causalidad. En la columna nunca se explica esto ni de hecho ha quedado suficientemente aclarado por los representantes del voto nulo hasta el momento. Su argumentación al respecto está basada solamente en unas probabilidades hipotéticas pero no se ha ofrecido hasta el momento ningún argumento de peso. Y creo que esto ha sido así sencillamente porque no hay cómo explicarlo: estamos ante un evento estocástico de muy alta complejidad probabilística y de inclusive absoluta incertidumbre debido a la importante componente subjetiva implicada en el evento, como se comentó líneas arriba. En resumen, es difícil saber en una elección si el voto nulo servirá a nuestros propósitos disponiendo de una cantidad de datos tan pequeña. Por lo demás, la ambigüedad de la columnista hace de por sí difícil analizar su comentario.

Así, más allá de la legitimidad política del voto nulo, hasta el momento ignoramos cómo este voto lastimaría al sistema de partidos además de lastimar potencialmente al PRI. En realidad, puede lastimar potencialmente a cualquier partido y de allí que haga peligrar especialmente a los partidos pequeños, quienes evidentemente cuentan con menos recursos financieros y experiencia política para atraer a los votantes. No es gratuito que el Partido del Trabajo haya perdido su registro en esta elección, por ejemplo. Desde mi perspectiva, el voto nulo fortalece al sistema de partidos de la misma manera en que lo hace el voto efectivo. O dicho de otra manera, no existe evidencia estadística concluyente que irrefutablemente apoyara el argumento contrario. 

ARGUMENTO 2. Mientras terminaba esta mañana de teclear el argumento 1 encontré por fortuna un análisis del economista mexicano Javier Aparicio en el que explica con una sencilla ecuación aritmética por qué el voto nulo no solamente no castigaría a los partidos políticos sino que de hecho los favorecería. Solamente que a diferencia del breve análisis del argumento 1, en el que tomo únicamente los datos de la columna citada, él además incorpora a su análisis (bastante más amplio) la manera en que de hecho los votos nulos son contabilizados después de la elección de acuerdo a la última reforma a la ley electoral (2014) y concluye por tanto que los partidos pequeños se verían en realidad beneficiados con esta nueva reforma. Textualmente en su breve análisis afirma: «Los votos nulos, al igual que el abstencionismo, ayudan a que los partidos políticos mantengan su registro» y párrafos más adelante: «Y también ayuda a que los partidos pequeños mantengan su registro, sus prerrogativas y sus curules». A mí sin embargo su último argumento no termina de convencerme del todo pues creo que está subestimando aquel comportamiento poco predecible expresado necesariamente en la voluntad del elector el día de la elección y cuya última decisión (se esperaría) sería sensible al arsenal disuasivo de los partidos políticos —dependiente en alguna medida de los recursos del partido en cuestión y de su consolidación política— y cuyo impacto en la voluntad del votante debería poder ser representado de alguna manera en nuestros cálculos para determinar si esto afectaría o no afectaría a los partidos pequeños (y puesto que se restan de la Suma total de votos válidos los votos nulos). En mi opinión, inclusive con independencia de la indecisión del votante y de si decide, o no, el mismo día de la elección por uno u otro partido, creo que debe reconocerse que los partidos grandes cuentan con más recursos (económicos, en prensa, en publicidad, en trayectoria) para atraer en general a más votantes, lo que, desde mi perspectiva, hace de todos modos peligrar a los partidos pequeños, tal y como peligraban con la ley anterior. Y a lo que además, habría que sumar este otro factor indecisión i del votante indeciso —comentado en el argumento 1— y estudiar su relación con los recursos de los partidos, su capacidad disuasiva, etc. En general, habría que considerar con más cuidado si los partidos pequeños son realmente beneficiados con esta nueva ley.

Creo que todo esto demuestra que el voto nulo no solo es un voto ineficaz, sino un voto ingenuo cuando no inútil. Un voto naïve. ¿Por qué la ley electoral pone a disposición de la ciudadanía un instrumento claramente limitado para castigar al sistema de partidos? ¿No este mecanismo abre las puertas a un ejercicio de representatividad ciudadana asimétrico para quienes no cuentan con medios políticos para la organización civil?

Querría finalmente preguntar al Movimiento Anulista y a sus principales impulsores si otra vez la ciudadanía habremos de quedarnos sin respuestas convincentes acerca de la eficacia no solamente política, sino extrapolítca del voto nulo, o si, como en otras ocasiones, el movimiento nació (previo a las elecciones) con un tenaz respaldo mediático y disuasivo, solo para morir después, calladamente, lanzándolo con su sordina a las tierras del olvido político, para hacer de este asunto otro de los tantos temas de coyuntura a los que la historia mexicana contemporánea parecería estar condenada sin derecho al registro, a la memoria, a la duda o al escepticismo. ¿Habrá respuestas?

Notas. [1] En este enlace puede leerse un estudio realizado por el Partido Acción Nacional sobre el comportamiento del voto nulo en las elecciones federales 2012. Cito textualmente las conclusiones del estudio: «En el estudio encontramos una posible relación negativa entre voto nulo y GPE, lo que significaría que a menor nivel educativo en los distritos hay un mayor voto nulo». A lo largo del texto se define GPE como Grado Promedio de Escolaridad (https://www.pan.org.mx/wp-content/uploads/downloads/2013/08/Documento_429.pdf). [2] No querría obviar que tanto en el ITAM como en El Colegio de México (de donde egresan los principales promotores de este movimiento) hay una importante comunidad de egresados de matemática y matemática aplicada (con un excelente cuerpo académico, según entiendo) quienes junto a Javier Aparicio podrían brindarnos de algún análisis más completo sobre esta cuestión. Es decir, el movimiento anulista podría solicitar un estudio así, inclusive como un ejercicio de sana autocrítica ante su propia propuesta. [3] La columna del argumento 1 se intitula «Falacias sobre el voto nulo e independientes» y puede consultarse directamente ingresando a la página del diario mexicano El Universal. [4] Es una lástima haber encontrado tan tarde la nota de Javier Aparicio, alojada en su blog personal, javieraparicio.net, en donde se presentan toda una serie de miniartículos muy interesantes escritos por el economista, a lo largo de al menos un mes —sobre el voto nulo— previo a las elecciones. Vale la pena echarles un ojo.

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